Pocas cosas me gustan más en
esta vida que esos segundos antes de que un artista pise el
escenario. Los cinco segundos antes de la revolución. Cuando se
apagan las luces y en la oscuridad brillan los ojos ansiosos,
inquietos y a punto de encharcarse. Donde la emoción contenida es
tan espesa que se siente sobre las cabezas, sobre las cámaras
preparadas que apuntan aguantando temblorosas los flashes. Donde no
se oye nada más que el latido del corazón desbocado y el grito
ahogado de unas gargantas, enrroscadas en las mariposas que nerviosas
revolotean en los estómagos. Donde el silencio es tenso y la calma
es mentira. Donde tiemblan las piernas y y se aprietan los dientes.
Donde las ilusiones se amontonan en miradas urgentes buscando un
indicio por las esquinas. Donde una voz, una figura en sombras, rompe
la falsa calma y desata el delirio. Donde en un segundo las
gargantas se rompen, los brazos se alzan, los flashes se disparan,
los ojos dejan caer la emoción en lágrimas saladas y las mariposas
salen volando en forma de canción.
No hay comentarios:
Publicar un comentario